La tristeza se instala en la garganta. Lo hace siempre hecha un nudo que no hay quien deshaga.
El miedo está alojado en las piernas, más o menos, a la altura de las rodillas, por si tiene que salir corriendo.
A la soledad le gusta estar en el cabello; los peores días el pelo se recoge para unir fuerzas y cuando la melena está suelta, todo se llena de compañía. Las personas de pelo corto cuentan la soledad con los dedos.
La alegría, como es tan contagiosa, empieza en el ombligo y se ramifica por todo el cuerpo, estirando la comisura de los labios, ampliando extremidades, dando saltos y palmadas.
La furia reside en sitios congestionados, como los pliegues de los puños, el fondo de las arrugas de la frente y en el aliento retenido.
La ansiedad está en el pecho y golpea fuerte para pedir ayuda, provocando palpitaciones, taquicardias, respiración agitada. Hay personas que la sienten en la planta de los pies y prefieren salir corriendo.
El alma en vilo está inmediatamente después de la epidermis. Detenida.
Me cuesta ubicar el cansancio porque lo confundo con la pereza.
La pasión se mueve libremente por todo el cuerpo. Por la piel, los ojos, sube al cerebro, baja de nuevo por la sangre y se queda un rato en las aletas de la nariz. Finalmente se convierte en sudor y se evapora hasta nueva orden.
La pasión se mueve libremente por todo el cuerpo. Por la piel, los ojos, sube al cerebro, baja de nuevo por la sangre y se queda un rato en las aletas de la nariz. Finalmente se convierte en sudor y se evapora hasta nueva orden.
La curiosidad está en las puntas -de los dedos, de la nariz y de las orejas- y es de colores estridentes.
La inseguridad no sabe dónde posar, así que no tiene sitio; a veces es palabra entrecortada, tic en el ojo o postura desafortunada. Pobre de ella.
Hay muchos más, como el ánimo por los suelos. Aunque, ya que estamos, prefiero la FELICIDAD por los poros.
Fotografía tomada de Internet
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